Nadie se cuida solo

He leído esta semana que un estudio publicado en la prestigiosa The Lancet afirma que los permisos de baja por maternidad/paternidad protegen frente a síntomas depresivos, estrés psicológico o agotamiento (en especial a las madres) y que posibilitan un mayor bienestar mental en general. 


Guau. Qué sorpresa.


Me impresiona cómo vivimos en un tiempo en que sólo aquello que pasa por un procedimiento científico financiado por una universidad de nombre extranjero merece crédito. Como si no supiéramos, y no lo hayan sabido otras y otros mucho antes que nosotros y nuestros laboratorios de postín, que nadie se cuida solo y que las madres y los padres necesitan recursos y tiempo de calidad para criar, de la misma manera que los ancianos dependientes y mayoritariamente solos necesitan espacios y atenciones específicas (sean profesionales o no). Y la lista sigue, claro.


No es amor. O no solo. Son recursos económicos. Es tiempo. Son Estados que atienden y protegen. Es política. 


Me acuerdo a menudo de Silvia Federici.





Olga Ravn es una escritora danesa que ha publicado un libro (aún no lo he leído pero espero hacerlo pronto) titulado Los empleados (Anagrama). Una novela que en realidad surgió de unos textos que iban a formar parte del catálogo de la exposición de una escultora.


Cuenta la escritora que el día que entregó el libro a la editorial dejó su trabajo en una oficina


Tenía un trabajo corriente de oficina y entonces me quedé embarazada de mi primer hijo. Volví de la baja maternal y de repente todo eso me parecía absurdo y hasta grotesco. Venía del mundo blando del cuidado y el olor a leche, donde no hay día ni noche, de estar abierta y alerta a las necesidades de un niño pequeño que literalmente se moriría si yo no lo cuidaba. Ser madre sacó el velo de mis ojos. Un bebé no entiende que hemos decidido que trabajamos ocho horas y libramos otras ocho. Me di cuenta de que esta manera de vivir está pensada para gente que no cuida de otras personas. Y también encontré que mi oficina tenía unas expectativas de lealtad a la empresa que yo encontraba ridículas.


Me ha gustado mucho el perfil que escribió Leila Sucari en La Agenda sobre la artista Sophie Calle. De todas las cosas que cuenta de ella, que son muchas y fascinantes, me guardé esta:


En 2013, mientras tomaba café turco en Estambul, leyó una noticia del diario local y descubrió que había un pueblo cerca del mar negro donde nadie conocía el mar. Esto la obsesionó. Decidió viajar e invitó a hombres, mujeres y chicos a verlo por primera vez. Los retrató de espaldas y filmó sus expresiones al darse vuelta: la emoción, la perplejidad, y la risa después del encuentro con ese horizonte infinito. “Un proyecto de silencio, sin palabras”, dijo. Así nació Voir la mer (ver el mar). 


Qué belleza. Qué sensación la de ver el mar por primera vez.


Sophie Calle, Voir la mer, 2011. (detalle)
 (© Adagp, Paris, 2014)


Barba de Abejas (una exquisita editorial artesanal argentina) compartió el relato de cómo surgió la Hogarth Press, editorial británica fundada en 1917 por Virginia y Leonard Woolf



En marzo de 1915 compraron una pequeña imprenta a palanca que instalaron en la mesa del comedor de la casa. Leonard diría más tarde que el propósito principal era que Virginia tuviera una ocupación manual que la aliviara de las presiones mentales, y que sólo después imaginaron la posibilidad de crear una editorial y publicar su trabajo y el de sus amigos, lo que los liberaría además de los comentarios y demoras habituales de los editores tradicionales. Su primera publicación fue Two Stories (1917), que contenía un texto de cada uno. Virginia se ocupó de la composición tipográfica y de la sencilla pero efectiva (y muy bella, por cierto) encuadernación.






Barba de Abejas publicará próximamente: Diario de una editora artesanal, de Virginia Woolf.


Ser parte de las cosas. Hacerlo. Trabajar con las manos.



Leí este poema de Erika Martínez (La bestia ideal. Ed. Pretextos)



TRABAJO VIVO


COCINAR para tu gente no da ningún trabajo: es un acto de
amor. Y, sin embargo, las moléculas exactas de este cocido

puestas sobre la mesa vulgar de un restaurante son doce euros.
Querer a quienes quieres te convierte en su riqueza.

Un poema es un acto de amor. A cambio de sus versos, cada
poeta se imagina juntando una suma delirante de capital
erótico, cuya unidad mínima tiene algo de sílaba o golpe de
cadera. Con ellos trastoca los ritmos del mundo: hace política
y sigue insistiendo en lo real (que algo de esclavo tiene, aunque
eso nos ponga como furias). Pero el siglo veintiuno,
el siglo veintiuno, el siglo veintiuno separa nuestras manos, y
aquello fue imposible, o eso dicen para quien se lo trague.


¡Mira! Entre tu idea del amor y mi idea del amor se ha abierto
un surco donde está creciendo la hierba.

Reñimos a menudo y siempre la regamos. Sabemos que la vida
no puede acumularse.


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