El tiempo de las madres

Hace unos días volvió el frío de nuevo. Qué suerte. Me asusta cuando la primavera amenaza en mitad del invierno. Me gusta el frío, me gustan los días cortos, me gustan los cielos grises. Me gustan las chaquetas de lana y las manos heladas y rígidas sobre una taza caliente. Me gusta dormir tapada. Me gusta que las estaciones sean en todo su esplendor. Que se explayen. 

El calor me obstruye. El calor inesperado me irrita. Me desconcierta. 

Cuando hace frío cocino sopa para cenar. Con caldo casero. Con pimentón de la Vera que me traigo desde el otro lado del Atlántico. Cuando cocino sopa es como estar con mi madre. Mi casa huele a su cocina. La sopa sabe un poco a la vida de siempre. A los domingos bajo cero con sopas de ajo en tazón de barro para entonar el cuerpo aterido.


Me pregunto cuál será esa cosa que Sofía, alguna vez, asociará conmigo. Dónde me encontrará aunque esté lejos. 



En el newsletter “Mil lianas” del 12 de agosto Agustina Larrea menciona el documental Bloody Daughter (se puede ver en Youtube), dirigido por Stéphanie Argerich, la hija de Martha Argerich, y en el que habla de su madre, la extraordinaria pianista argentina. Cuenta Larrea que con esta película, en su momento, se habían generado los comentarios más obvios que alimentan esa leyenda de madre malísima, de madre que se escapa, que está de gira siempre, que no responde a un canon, que no dice, que se esconde. Cuenta también que ella, cuando lo volvió a ver, rescató otras cosas. Me gusta esto que escribe: Stéphanie, en ese momento embarazada, le pregunta a su madre cómo era tocar el piano con ella en el vientre, si había algo especial, si en ese momento sintió que ejecutaba el instrumento de un modo distinto. La respuesta que llega de inmediato es la primera de una saga de agujeros (a lo largo de todo el documental vamos a ver a la artista dando vueltas, con dudas o sin respuestas concretas): Argerich esboza una explicación, dice que su estilo de tocar siempre implicó un modo agresivo y que embarazada lo empezó a hacer de una manera más lenta. Mientras lo va diciendo da la impresión de que se está por quedar sin palabras, entonces apela a los dedos: dice que tocar para ella era “como la escritura, así” mientras inclina las manos hacia un costado; y que apenas quedó embarazada pasó a tocar “así”, mientras las endereza y ubica ahora de manera vertical. 


Ser madre es tocar el piano más lento. 


En los primero minutos del documental la hija, que acaba de parir, se pregunta si ahora que es madre de algún modo cambia cómo la ve su madre a ella. 


Ser madre es ser otra hija.





Leí este poema de Idea Vilariño


Todo es muy simple mucho

más simple y sin embargo

aún así hay momentos

en que es demasiado para mí

en que no entiendo

y no sé si reírme a carcajadas

o si llorar de miedo

o estarme aquí sin llanto

sin risas

en silencio

asumiendo mi vida

mi tránsito

mi tiempo.


Ser madre es entregar el tiempo.



He descubierto una web que se llama Window Swap. Se trata de una página en la que gente de todo el mundo tiene una cámara fija en alguna ventana de su casa. Y nosotros podemos asomarnos.  



Mientras termino este texto antes de ir a buscar a mi hija al Jardín hace calor de primavera en este mentiroso invierno porteño y veo y escucho cómo llueve sobre un jardín frondoso en Trivandrum, Kerala, India.


Me gusta el sonido de la lluvia. Me gusta el tiempo del agua.


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